1er. Comentario

 

Pongámonos por un momento en la piel de este bendito botarate que, sabiendo de su existencia porque todo el mundo habla de él y habiendo visto casos de otros que, siendo tan pobres o más que él, que sin razón aparente, de un día para otro, pasaron de la miseria a la abundancia, por un golpe de buena suerte en su vida, posiblemente el único si me apuran, va y se encuentra, de camino hacia el outeiro, con el famoso libro.

Según don Bernardo entonces, debería hacerlo pedazos ofendido mientras exclama cosas como: ¡Qué vergüenza! ¡Qué osadía! ¡Qué se creen, por Dios; que ya estamos en el siglo XIX! Pero como es un bendito ignorante supersticioso y vive anclado en un pasado arcaico se lo mete en el refajo, se da la vuelta y, mirando a un lado y a otro, se va para la granja, pies en polvorosa, a escoger un ternero de buen ver, y luego para casa, igual, como alma que lleva el diablo, a darle a Carmiña la alegría de su vida.

Yo comprendo a don Bernardo, es más, lo admiro; es un hombre instruido y le duele ver que sus paisanos andan todavía en zuecos presos de sus instintos más básicos. Comprendo también, que cuando se mira de lejos y hacia atrás, más aún cuando uno tiene esa tendencia al ensueño romántico, como es mi caso, las cosas se ven de otra manera. Y lo admiro, no por como piense o no piense, sino por lo que hizo y cómo lo hizo; hombres así ya no se ven ni en las películas.

  Archivero municipal de la histórica ciudad de Santiago, pasó a desempeñar la plaza de archivero-bibliotecario de la Diputación Provincial de la Coruña después de  realizar unas brillantes oposiciones.

   Pobre, como todos los que se dedicaron al estudio en nuestro país, fundó en 1882 la revista de antigüedades Galicia Diplomática donde se reúnen, en cinco tomos, conocimientos, erudición y actividad suficiente como para dar fama imperecedera a cualquier hombre que no fuese él, pues carecía totalmente del arte de hacerse valer; arte, que hoy resulta imprescindible como ya ustedes saben.

    Muy joven aún prestó grandes servicios en América del Sur a raíz de un grave conflicto entre Argentina y Chile sobre la posesión de los territorios orientales de los Andes, la Patagonia, el estrecho de Magallanes y la Tierra de Fuego. Principio de lo que acabó siendo una estrecha relación con el continente.

   Entre los innumerables los estudios que publicó en España, además de novela y poesía, se cuenta un catálogo de más de seis mil documentos que salió a la luz con el título de Diplomática de la América Meridional, libro importantísimo para la historia y vida de aquellas repúblicas y para la honra colonial de España, y, el que nos ocupa, el famoso Libro de San Cipriano, origen de toda esta discusión y motivo por el que nuestro bendito botarate del primer párrafo corre despavorido a la granja, primero, a escoger un ternero, y a su casa, después, a contárselo a Carmiña.

Su curriculum continúa y no es por falta de interés que lo detenga en este punto sino por falta de espacio y de tiempo porque lo que yo quería inicialmente era defender la ignorancia del botarate en cuestión argumentando que la ignorancia del botarate de nuestros días aún es más triste; defensa más bien pobre, reconozco. Quizás debería atacar a quien con tanto fervor, como muestra don Bernardo en su San Cipriano, se propone semejante tarea de evangelización o, mejor dicho, ciencialización, ¾palabra que no estoy seguro de su existencia pero que ustedes comprenderán, sin duda¾ pero me niego a atacar a quien tanto admiro, y mucho menos por el simple hecho de tener opinión propia y de actuar al respecto.

Simplemente plantearé una cuestión:

¿Cuántos no habrá, que terminada la jornada laboral no pongan pies en polvorosa hacia el supermercado más cercano para luego, en casa, zambullirse entre snacks y alcoholes de más o menos baja graduación en eso que llaman “su serie favorita”?

 Y diré nomás que en la ficción del botarate arcaico hay un componente de realidad que no se ve en la ficción del botarate de nuestros días, lo cual indica claramente una decadencia gradual e incorregible, a no ser que ocurra, claro está, una catástrofe del tipo COVID o la que tenga que venir, que nos sacuda con tal fuerza, que los supervivientes seamos capaces de autocorregirnos porque el mundo ya no se pueda concebir de la misma manera.



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